La restauradora de campo
por Belén Santos Alarcón
Siempre que hablo de mi profesión de restauradora, la pregunta suele ser la misma: “¿entonces eres la que lleva una bata y está con el pincel?”. Y, la verdad es que no.
Cuando decidí especializarme en arqueología no tenía muy claro dónde me metía. Era consciente de lo que suponía en un terreno idealizado pero nunca me imaginé la realidad. En mi caso, siempre digo que fue la arqueología la que me encontró a mí.
Al principio, recuerdo que siempre me imaginaba la restauración de campo como a un ser mitológico: es muy bonito pero pocas veces se cuenta con ella. La primera vez que trabajé como tal, descubrí que esta disciplina suponía una lucha continua. Significa, pelear porque te escuchen ante aquellos profesionales que te creen prescindible, y sentirte casi un dios, entre aquellos que valoran y admiran la profesión.
La parte negativa de ser una restauradora de campo es tener que enfrentarte a la naturaleza, al tiempo, a las lluvias, al frío o al calor… en definitiva, a todos los factores que nunca se pueden controlar. Pero, eso no es todo, a esto hay que sumar la cantidad de posturas imposibles, horas en andamios, dolores de espaldas, de pies…
Aunque, todo eso se compensa cuando la parte positiva sale a flote. Todo merece la pena una vez que el proyecto está acabado y te encuentras con que ese bien, que se creía perdido, vuelve a recuperar gran parte de su esplendor y belleza inicial. Cuando te felicitan por tu trabajo y sabes que todas esas horas de sufrimiento, todas esas capas de ropas de más o esos arañazos en tus manos, han merecido la pena.
Fuente: Elaboración propia.
Porque, la restauradora de arqueología, es esa profesional que sabe usar todo tipo de materiales y se ajusta a las circunstancias como le llegan. Trabajamos con cincel, martillo, pincel, tirados en el suelo, de pie en un andamio… La restauradora de campo es casi como un camaleón que se ajusta a todo lo que le pongan delante. Dispuesta a hacer un trayecto distinto cada día, que no tiene miedo a trabajar con estructuras o extraer bienes con sumo cuidado, desde restos óseos hasta pequeñas y delicadas piezas. Quien tiene sus botas siempre en el maletero y, aunque también use el pincel y el bisturí, pocas veces se rinde.
Fuente: Artús Restauración del PatrimonioS.L